viernes, 10 de abril de 2009

PRINCESA DE PIEDRA

Sentada sobre el sigilo de una pérgola de cristal,
su imagen se mecía a través del agua ondulante,
por el toque de su dedo perfectamente esculpido sobre el espejo líquido.
Una Princesa de Piedra; ¡eterna y fría!,
vaciaba resignada sus anhelos frustrados dentro de una pileta de mármol…

Su sangre árida caía por la herida abierta,
hecha por la daga de un príncipe imaginario en el brazo izquierdo.
El color del líquido sanguíneo en polvo era indescriptible; ¡maravilloso!,
como una lluvia de luceros,
demasiado bello para una pupila tan pecadora.


El agua que brotada desde la boca de una gárgola de mármol rojizo,
provocaba un brisa refrescante que se deslizaba majestuosamente por los contornos de aquella dulce criatura esculpida,
pero siempre tan triste…
La princesa estaba coronada por el abrazo de unos pétalos blancos entrelazados con sus cabellos, aunque las espinas de los tallos se habían incrustado en su sien,
no permitiéndole alzar la vista hacia los distintos cielos que deseaban consumar el deseo en una cama llena de estrellas y auroras.
Su rostro pálido; ¡tan celestial!,
parecía arrinconado,
como si tuviera que decidir entre dos caminos infértiles,
¡totalmente condenada!
Pues, la escena no daba más esperanzas que aquel telón de nubes sobrecargado de lágrimas.
La criatura de piedra nunca supo por que los días eran tan grises para ella…

El sonido de las gotas derramadas desde la herida,
iban poco a poco menguando,
transformándose finalmente en un halo de dolor por sobre toda la pileta,
¡tanto dolor!,
que hinchó el corazón calamitoso de la pérgola,
provocándole espasmos e infartos descontrolados.

Ya casi disminuida en sus energías
(ya que se quedaba sin esperanzas de ver a su príncipe imaginario, volver),
la Princesa se atrevió por fin alzar sus ojos decolorados,
produciendo grietas profundas por todo su cuello.

Quiso abrazar la infinidad del único cielo distinto a los grises presagios,
pero su prisión inerte, no le dejaría partir jamás…
La hostilidad de las nubes parecía empeorar,
y el rostro de la Princesa de Piedra se nublaba en dilemas:
– “El gran sacrificio…”

Finalmente,
decidía levantar completamente la vista hacia el cielo,
¡y no volverla a bajar nunca más!
El crujido del cuello había alcanzado el punto de ruptura de la piedra,
lanzando su cabeza a las profundidades de la pileta que ya era un océano de tormentos.
La corona pareció reflejar el brillo de un ángel que acudía tardíamente por ella,
y los pétalos y espinas se hundían así dentro de la agonía,
con el dolor con cual estuvo siempre sometida,
¡pobre y dulce criatura!…
El agua se desdibujó en composición cromática,
para insertar una acuarela aún más gris por sobre toda la pérgola que yacía quebrada,
era el destino que la princesa siempre quiso evitar.

La lluvia reclamaba su cuerpo; ¡erosionándola!
Las ondas que produjeron su hermoso dedo, cesaron para siempre,
mientras la corona aún se hundía para no encontrar fondo alguno donde reposar su eterna angustia.

Su amor por el príncipe imaginario que la abandonó,
se drenó completamente hacia las profundidades del silencio.

¡Esta vieja pérgola de cristal!,
destruida y olvidada.

La compañía dulce-amarga de la pileta en cada Otoño,
no era más que una leyenda contada por nostálgicos y locos,
que se negaban aceptar el desastre de su Princesa de Piedra.

La vida que alguna vez bendijo las manos del escultor de nuestra criatura pétrea,
no fue más que la cruel ironía que dejar sin testigos,
la hermosura divina del toque de su dedo,
por sobre las ondas de un espejo de agua que reflejaba un reino que jamás pudo ser construido.