jueves, 18 de marzo de 2010

Interconexiones de los efectos labiales

Sin duda, un pez en medio del desierto puede ser una imagen que emane perfumes de un drástico hábitat, del fin de un ciclo, de la muerte inminente o de un comienzo incierto… Ahora, si ese mismo pez; esquelético o carnoso, podrido o fresco, fulguroso o en estado de putrefacción, se traslada a una urbe, a una selva de árboles grises con sonidos que mellan el tímpano de la tolerancia, la imagen esta vez seria borrosa, sin contraste, sin siquiera un grado de nitidez que guiará el esfuerzo de un “¡vamos!”…



Ante el desastre, las personas parecen adquirir matices que a veces les deforma el rostro o quizás el sonido de la sonrisa. Me he puesto a observar los labios, de cualquier transeúnte y me cuesta pensar que los míos contienen el mismo relleno de plasma y carne. Aquellos labios pueden moverse con el viento, insultar, disipar suavemente poemas de Boudelaire, presionar los dientes ante el golpe de puño, besar con cierto grado de pasión donde hay engaño, etc… Y desde entonces, ¡le temo más a unos labios desconocidos que a un arma de fuego!

Lo evidente, aquella manifestación que nace en sospechas y se inserta dentro de las entrañas donde parece que uno carece de estómago, y sólo posee una infección de miedos reiterativos. ¿Cómo reaccionaría una flor ante la inminencia de ser golpeada por un relámpago? El capullo se comprimiría, los pétalos decaerían y el polen se derramaría a través de aquellas grietas sedientas por algo de pasión… Pero, nadie puede protegerle…

Hoy, en la miseria laboral que me encuentro sumergido. Perdí el control con una persona que trabaja con algo así como… ¡materiales! Le di sin misericordia de mis peores misiles envenenados de ira, sin siquiera contemplar si había guerra declarada o no. Envié a mis ejércitos defensivos por mis labios, para fulminar todo intento de indulgencia o siquiera permitir alzar una posible bandera blanca… ¡No di tregua! Me sentí como aquel pez en medio de una selva urbana, sin nitidez, sin contraste… No pude sentir la sonrisa del “vamos” con el amor de “todo pasará”… No pude contener blandir aquella poderosa arma que presencia un trozo de carne ser masticado, aquellos labios carnosos que destruyen tanto como lo que siembran. Y no puedo cegarme a lo que parece evidente… ¡Las espinas me atrapan y el relámpago cae!


Ya la acción está hecha.

Ahora, ¡vivo contra los pronósticos! El polvo de la miseria que tanto quise esparcir decanta bajo la sombra que proyecta el rostro ensangrentado de unos pétalos arrancados brutalmente. Y los ojos vivos casi enrojecidos de furia, silbando con esos labios siempre a tiro de cañón... Y precisamente a través de ellos, siento el sabor de lo cometido, y dentro de la mente sobre-excitada, pregunta una pequeña flor: ¿fue todo necesario? ¿valió la pena?

¡Que vergüenza no poder responderse a sí mismo!...