martes, 20 de julio de 2010

Remis y el reciclaje de un proyecto

Basado en una experiencia real…


Mil palabras, a veces pueden sonar como burradas si es que no hay énfasis alguno en el objetivo que se desea. No puedo, sino, menospreciar el constante acribillo de ciertas palabras tanto en la prensa como en informativos acústicos por alto-parlantes, que ya quisiera borrarlos de mis tímpanos con un refrescante vaso de agua.

¡Mil palabras!... Pienso… Y me propongo a buscar algún sentido en la conjunción de aquellas letras, vocales, sonidos, ritmos y sentidos. A mucha humildad, pensaba que podía armar una fantástica pieza de arte, ordenando letras, palabras y sueños… ¡Justo cuando del poema que realicé en la mezcla literaria!, ¡con exactamente mil palabras!, que no tenían lazo alguno en principio, nacía así, un hermoso colibrí que nombré, dulcemente: - “Remis”.

Remis, era la simpleza y la armonía, entre la belleza y un tamaño diminuto. Apenas nació desde ese trozo de papel, comenzó a revolotear contento por toda mi habitación que era un desastre de desorden. Su color se asemejaba al mismo color que percibía del arcoíris, a ratos, o sea la proyección cromática en mi horizonte, dependiendo del estado de ánimo que me invadía en ese momento al escribir. El arcoíris era más verdoso cuando me sentía lleno de vida, más azulado cuando sentía el sabor de la tristeza en los viejos recuerdos, rojizo cuando pensaba en el placer, y fulgurante cuando pensaba en aquellos hermosos ojos negros, de la única mujer que realmente amé…

No podía dejar de escribir aquellas prosas que sabía que adornarían el semblante de cualquiera que se atreviese a amar incondicionalmente. Y Remis, revoloteaba de lado a lado, dibujándome en cada instante una sonrisa en el rostro cansado. A veces, volaba para posarse sobre mi hombro, para cantarme su felicidad de estar vivo y el agradecimiento por haberle dado aquel regalo. ¡Fui el padre que siempre quiso!… :) Y yo, en retribución, obtuve la inspiración, la caricia de su alma, la magia fluyendo por mi cabeza para crear algo más hermoso que el mismo paraíso. Así, discutimos tardes enteras respecto a la armonía que se refleja en un alma cuando es tocada por una estrella fugaz, los designios del corazón que explora un mar calmo y con peces que están hechos con los más hermosos recuerdos, etc. Analizamos la manera con que abraza un mar sobreexcitado a las playas llenas de conchas blancas. Calculamos la distancia para el salto desde una montaña nevada hacia el altar donde convergían todos los suspiros y las esperanzas mutuas. Reímos de las travesuras que realizamos al cambiar las nubes de una posición a otra, alternando una llovizna suave con la melodía de un trueno, y redireccionando los haces de luz a los ojos del otro. No cabía más felicidad en mi ser, curiosamente producida por algo tan pequeño como un colibrí, que rescaté desde unas palabras que estaban condenadas al basurero.

Hoy, en esta fresca mañana, abrí la ventana de par en par y le obsequié los vastos cielos. El colibrí excitado, se posó como de costumbre en mi hombro izquierdo. Ambos dejamos escapar una lágrima, y las miradas no reflejaban nada más que amor mutuo y respeto. No estábamos muy seguros de lo que nos esperaba allá afuera, y no pronunciamos palabra alguna, pero si dijimos mucho en la expresión de nuestros ojos llorosos. Contemplamos así el nacimiento del sol sobre el océano distante y las nubes que corrían apresuradas para lavarle el rostro alegre. Remis se quedó atentamente mirando el color del sol, y vi como sus pequeños ojos se realzaban como las perlas que siempre quise regalar al ángel de mujer que siempre pensaba en mí. También, medité cómo mi colibrí podría alimentarse errante por esta tierra, debido a la carencia de flores. Entonces, dibujé con mi pincel un millón de las flores más hermosas y nutritivas, por todas las planicies de la Patagonia, asegurando que Remis jamás conocería el beso amargo del hambre. Cuando terminé de recitar la creación de la última flor, el colibrí voló lejos de mí para alimentarse y descubrir el mundo que le recibía con los brazos abiertos.
– Ve, amor. Reclama aquellos cielos que pinté para hagas melodías al intenso batir de tus pequeñas alas…
– Ve, príncipe de mi frágil reino, reclama aquel aire fresco para el canto de tus más hermosos anhelos.

Cerré la ventana, con un suspiro entre alegría y el sabor amargo que deja la separación. Le daba independencia a una de mis más lindas creaciones. Pero sentí el fuego del orgullo envolver mis entrañas, y me sonrojé de pensar que si soy un buen hombre.

Compuse de mil palabras, una vida, un montoncito de plumas, pequeños ojitos y alas. Entonces, me propuse componer mil poemas, que eran como gritar su nombre en una fiesta donde nadie me conocía… Y pensé que si, una sola composición pudo haber decorado su sonrisa, mil poemas la hubieran elevado al mismo edén…
El frío de la ciudad pudo haberme desalentado, pero ver las flores que había creado para Remis, me empujó a darle energía al motor que me llevaría al cénit de mi realización. Mil poemas, mil hojas escritas, mil trozos de mi alma distribuidos ecuánimemente. Que planté libre por todas las planicies.

El Sol se ocultaba en mi espalda, el horizonte me invitaba a beber una copa de vida mientras vería florecer a la mañana siguiente el fruto de mis esfuerzos.
Pronto alcé la vista para fijar un objetivo en el horizonte, y me vi caminando sin destino por la pampa, proyectando la sombra del hombre renovado; del hombre que descubría el sabor de la vida y el pulso del pincel… La sombra se proyectaba también con la de una pequeña ave posada en el hombro izquierdo, cantando dulces melodías sobre tiempos nuevos…


MB

1 comentario:

Alessandra dijo...

Hermosas palabras :-)